Óbito ‘championero’, bofetón agorero.
El martes se mascó la tragedia en Londres, el campeón de los
mortales -o mediocres- de la Liga BBVA cayó eliminado de la Champions League a
las primeras de cambio, en primera fase, sin contemplaciones ni pestañeo, con
una pasmosa facilidad y una insultante superioridad por parte de un Chelsea ,
tan avaro como inteligente en su planteamiento y devenir de los 90 minutos, que
aplastó sin ápice de duda todo resquicio che de lograr el esperanzador pase a
octavos.
Tragedia, sí, pero que responde a una patética liguilla
cimentada con vulgares resultados y nefastos encuentros donde la manida falta
de competitividad -asignatura pendiente de un Unai Emery que volvió a quedar retratado,
estadísticas aparte- salió a flote de su particular barbecho para darnos un
revés de realidad, para recordarnos de manera taxativa -y hasta cruel- que la
competición casera dista mucho de la máxima europea de clubes, diferencia casi infranqueable
a día de hoy por un Valencia modoso y timorato, falto de oficio, dinamismo,
timón y pegada, exiguo arsenal para batallar con solvencia ante guerreros
avezados en la materia. Lo que ocurrió en Stamford Bridge, la constatación de
ello.
Vuelve a casa por Navidad, como aquel archifamoso eslogan, la
indefectible zozobra de la fe pisoteada, castillos descuajaringados e ilusiones
quebradas, ultraje al valencianismo por enésima vez, malestar y desasosiego invaden
de nuevo los corazones valencianistas y se recrean en el ansia de cada
incondicional defraudado por la incapacidad de su equipo. Volvemos a sentirnos
estafados con la dichosa botella, una hipérbole de ingente sofisma, un
artificio embaucador que sistemáticamente cada estío sale de su madriguera para
captar nuestra energía y ánimo, lográndolo inexorablemente, por supuesto.
Comprada la moto, ahora el cliente debería pedir explicaciones al vendedor, no
solo al fabricante.
Tan entendible y respetable es una reacción o postura radical,
ácida y rigurosa ante tal disgusto, como recomendar calma y mente fría en
momentos tan duros, pero lo que, al menos yo, considero inaceptable es intentar
minimizar y anestesiar semejante palo con forzados e interesados eufemismos por
parte de ciertos profesionales del núcleo duro de la prensa deportiva valenciana
y valencianista, sugiriendo, apenas pasados unos minutos del desastre, que
disputar la Europa League -competición que merece todo el reconocimiento, deferencia
y atención- es un mal menor. Señores, el hecho merece su receso luctuoso y rendir
las exequias correspondientes, el “aquí no ha pasado nada” es un insulto al
sentimiento de miles de aficionados, un ejercicio desaprensivo e irrespetuoso a
la sufrida parroquia che, inicuo obrar. La competición de plata del viejo
continente es harina de otro costal, una injerencia con calzador que, levante
ampollas, alivie o restituya dosis de ilusión, se cuela de modo precoz en un
duelo lacerante, necesario por la magnitud de la pérdida, osadía sacrílega.
Desbarran aquellos que se colocan medallas y se autoproclaman
el ‘aficionado del año’ por no levantar polvareda, ser palmeros, alimentar este
reposo y conformismo laxos -cada vez más afincados entre la hinchada che- y ser
condescendientes a ultranza, adláteres indolentes y triviales, una ralea que
desvirtúa el purismo valencianista hasta límites insospechados, inyecciones narcóticas
teledirigidas.
Caras
de frustración, aflicción y abatimiento. Infaustamente, me suena…