domingo, 8 de junio de 2014

Una global para un mejor GloVal



Seis meses después de aquella contraprogramación sentenciadora, y con un valencianismo algo deshilachado, fumata blanquinegra.

Como rezaba aquel comunicado de la Fundación VCF, en el que se publicaron las bases definitivas del proceso de venta; “elegido por el Patronato de la Fundació VCF el mejor proyecto deportivo, social y económico para todas las partes, es ahora, y no el pasado 17 de mayo, cuando la mejor propuesta para Valencia y Fundación -para el IVF de la Generalitat le era indiferente, ya que todas cumplían su objetivo de reintegrar la cantidad del aval-  lo es también para Bankia, tras el comunicado de anteayer y su próxima rúbrica.

Bankia nunca ha ido de la mano del Valencia. En ningún momento. El sofisma más vasto jamás acentuado durante este tortuoso periodo de parcialismos, formulismos y verdades solapadas. Y no es achacable bajo ningún concepto, porque ellos actúan, como no puede ser de otra manera, motivados por su propio interés, el de una empresa impertérrita y huérfana de sentimentalismos, cuyo fin ulterior es sacar el máximo rédito posible. Lo que sí es censurable es haber articulado tal soflama sin recato alguno, y perpetuarla con la desfachatez del que te endosa unas preferentes paradisíacas, mientras ha coqueteado con sus amigachos y camaradas -los de siempre-, para sacar tajada a costa del club que, voluntariamente, ondea sus colores. Abominable compadreo chanchullero esgrimido desde un farisaico abanderamiento.

Movimiento que ha contado en filas con parte de los principales poderes fácticos embaucadores de la ciudad, intentando catequizar a una masa valencianista irresoluta y temerosa. Ese proselitismo de algunos -que también tuvo su yang rival- se ha dado de bruces con un perfil de aficionado más analítico, reflexivo, independiente y suspicaz que otrora, capaz de abstraerse del ruido, tejer su propio cordón sanitario y no perder la perspectiva pese al martilleo diario. Da un cociente de sujetos inconformistas con mentes impermeables que no han podido echar a su buchaca de dudosa causa. Batalla perdida.

«Préstamo es aquella deuda contraída entre solicitante y dador donde siempre ganan los bancos». Es ahí donde el acreedor se ha visto favorito, dominando el partido cual Pep Team, estirando el toma y daca hasta cansar al rival y matarlo con la misma receta -endulzada con interesada indulgencia- que le ha ido reportando beneficios y posicionamiento tiempo atrás, como ese jugador del Monopoly que se hace con el Paseo de La Castellana y Del Prado y lo infesta de hoteles rojos.

“El mal menor” (sic), definición que el día de autos uno de los patronos hizo en referencia a la propuesta de Meriton, es una frase que encerraba muchas cosas, connotaciones que ahora se corporeizan conforme se van conociendo datos y detalles del pacto definitivo. Siendo esta una oferta que dista de la proclama arrancaplausos de Salvo aquel célebre 10 de diciembre, en el que aseveró pletórico: “Si el Valencia se vende será a alguien que invierta 250 millones, limpie la deuda y apueste por el club” (como demostrado comunicador de éxito, peca de bocachanclismo  efectista y exigua circunspección, su talón de Aquiles escénico), la empresa del singapurense es el oferente de los 4 finalistas que circundaba en clave futbolera, a la postre nuestro idioma más universal. Al igual que antes de la votación del Patronato, sigo sin tener certeza de cuál era la mejor oferta global, al margen del informe de PwC, el cual sí posicionó a la electa como la superior al resto. Pero ya da igual, me quedo con el buen sabor de boca de un nuevo propietario futbolero -y no presunto especulador inmobiliario-, que deja atrás el pasado casposo de la entidad nonagenaria y dará continuidad y alas al ambicioso proyecto GloVal, cuyo ideario y metas marcadas siempre me han parecido sugestivas.

A contracorriente, no comulgo con el, por desgracia, ya habitual proceder de una pequeña facción del valencianismo, que está coadyuvando a coartar la libertad de expresión, atizando a discreción y tildando de mal profesional a todo aquel periodista cuya opinión -no información o infopinión- no ensarte con la suya o con lo que les gustaría leer/oír, haciéndolo además de manera sistemática, grupal y, a veces -las menos-, con talante canallesco. De muy mal gusto. Ídem contra aficionados, accionistas y socios, esta vez de anti. No se puede reivindicar unidad apócrifamente cuando no se respeta siquiera otro prisma de las cosas. Aquello de predicar con el ejemplo. Exceptuando a algún interesado, que lo hay, existen valencianistas de bien que, recelosos y menos estrepitosos, se siguen preguntando cosas, sin necesidad de ser pro Salvo, y escudriñan y deliberan sin atadura de ningún tipo todo lo concerniente al equipo de sus amores. Eso también es hacer valencianismo, puesto que una afición crítica es una afición despierta. Con matices, claro.

Divulgadas, no oficialmente, las condiciones finales de la deuda refinanciada, no chirría drásticamente con lo esperado, puesto que si uno se va a los requisitos de la carta enviada a los inversores postulantes, hacía referencia palmaria a la liquidación de la deuda de la Fundación VCF y a la reestructuración de la del club, que es tal y como ha quedado configurada la oferta de Meriton. El problema, recurrente, es el mensaje inexacto, impreciso y anfibológico que se ha transmitido -y desvirtuado entre vítores-, esencialmente desde la parte actora de los entes valencianistas, la doble A, y consiguientemente desde la prensa. Uno no es responsable directo de las interpretaciones y conjeturas que se formen los receptores, sí esclavo de las palabras que muestran puertas y ventanas que luego no se abren.

Dicho todo esto, el Valencia está ante una oportunidad magnífica para desbloquear su presente y trazar un futuro esperanzador, radicalmente opuesto a estos años de sinsabores, cinturones constringentes y conformicracia transitiva. Es hora de acabar esa última hoja de un tomo mediocre y comenzar otro, que sin necesidad de ponerle título ya, a buen recaudo será diferente. Ansia viva por devorar un libro que muchos lectores contemplábamos en secciones ajenas restringidas.

Quiero creer en Peter Lim. No me quite la ilusión. O al menos, déjeme pegarme la hostia con esto dentro. Que ya tocaba.

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