A sus engañosos 22 años, el germano
barbón puede sacar pecho, amén de alzar la Copa del Mundo, por haber completado
un rodaje transnacional por las jurisdicciones balompédicas más reconocidas del
viejo continente. Como un Erasmus futbolístico.
Aun siendo un completo desconocido para los no
parabólicos -la nueva burbuja futbolera-, incluso en su país natal, Mustafi sí
dejó rastro estadístico en su última temporada con la Sampdoria: defensa que
más balones interceptó y más veces abortó jugada del último atacante rival de
toda la Serie A, siendo además de los que más pugnas aéreas ganó. Central fuerte,
más funcional en estático y zaga retrasada y arropada que adelantada y con
espacios, provisto de un juego de pies limitado, resuelve sin complicaciones ni
remilgos cada una de sus intervenciones, a veces despistado en la marca. Al
lado del gran jefe Otamendi, y con el solidario Fuego cosiendo rotos, el campeón
del mundo se siente suficientemente seguro para exteriorizar su solvente y
sobrio perfil, como guardián invisible. El entramado defensivo nunista se
va asentando y cogiendo color conforme pasan las jornadas, divisándose pautas
sistemáticas que están poniendo nombre y apellidos a la identidad del
conjunto.
Sus sorprendentes 3 tantos en 6 partidos
le sitúan, cual Richy Costa, en la tabla de máximos anotadores del equipo, cuando
en toda su carrera profesional logró sumar un total de 2 en una temporada, a
los 18 años. En el heterogéneo reparto goleador del nuevo Valencia, disponer de
un defensa con esa gracia es un regalo, sirve de desatascador ante desventuras
atacantes, obligando al contrario a estar alerta a balón parado y desproteger otras vías de entrada. Otra muesca para Nuno en su futura estrategia. Aparejado a la cegadora vitola mundialista, comienza a andar sin patines y justificar el precio pagado y buen ojo de Rufo y la secretaría técnica. Mustafi, un shkolta clásico para una remembranza defensiva de nuevo cuño.
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