sábado, 15 de febrero de 2014

المن والسلوى (El maná)



A una semana de concluir la primera convocatoria para la entrega de ofertas vinculantes, el menos común de los sentidos se impone en la guerra intestina de fuego cruzado, que a punto ha estado de sellar la salida del túnel, de desechar la más valiosa de las oportunidades para renacer económica, social y deportivamente.

El abigarrado tomo de episodios velados, con páginas arrancadas, tinta difuminada y renglones torcidos, es una provocación para el accionista/abonado/simpatizante medio, que se ve envuelto en mitad de una nebulosa de información parcial, deformación de la misma, intereses particulares, desinformación, adoctrinamiento recalcitrante y filtraciones varias. No logra dilucidar las intenciones reales de las partes implicadas en el acontecimiento más importante en la historia reciente del Valencia CF. Y eso, claro, tiene como resultado el más absoluto recelo y rechazo a aquellos que persisten en no exhibir su DNI a la sociedad valencianista, como si escondieran algo. Es la reacción congruente, la más natural del mundo. Lo contrario levantaría sospechas.

Pero, a la vez, se atropella el beneficio de la duda, pasando aquellos al difícil rol de ‘culpable hasta que se demuestre lo contrario’. Tampoco me parece objetivo señalar porque sí, si bien muchas de esas acusaciones -en realidad sin fundamentos de peso ni tangibles- están motivadas por un rodillo mediático que se encarga del enjuague mental de sus clientes, cual agorero apocalíptico. Esgrimidores de la parcialidad, proselitismo de barra de bar.

Sin embargo, al que sale al estrado, al que da la cara, al que se moja públicamente, se le otorga presunción de veracidad, sus palabras son dogmas de fe, inquebrantable e impecable oratoria mediante. Y se le concede porque es lo que exactamente el pueblo defensor quiere escuchar, es su brazo extensible, su sindicato encarnado en actor facultativo. Al margen de las formas elegidas y contundencia aplicada -en este caso, el fin ha justificado los medios-, hay que reconocer que ha dado resultado, se ha enderezado -no sin unos tiras y aflojas de órdago- el camino para alcanzar la mejor meta valencianista, obligando a Bankia a prescindir de unas condiciones de selección leoninas y desproporcionadas, aunque no por ello era indefectible la llegada de ese bluf rescoldado en nuestra memoria y nos la tenían que clavar -sin el visto bueno de Fundación y Generalitat no podía consumarse la venta en ese primer proceso-.

¿Y por qué cede la parte actora más reticente? Porque sigue salvaguardando sus compromisos firmados con los inversores que llamaron a su puerta, porque resta puntos al único integrante de la partida del que desconfía, porque, tal como queda configurado el (esperemos) último puerto de montaña, no ve peligrar sus intereses -la menor quita posible- y porque, a día de hoy, es conocedora que tiene en cartera la mejor propuesta global; para ellos, para el Valencia y para la Generalitat. El dichoso maná.

Excepto nueva interferencia, estamos citados al entierro de la embargadora refinanciación y al nacimiento de un estatus nunca conocido por la entidad nonagenaria. Con el tiempo, este rocambolesco y afligido galimatías será recordado por todos los valencianistas como una molesta pesadilla, despiertos ante un horizonte alguna vez manifestado en sueños, en el trasvase quimera-sustantividad.

Llámenme inconsciente, pero quiero probar el juego de ser el pez grande; un estadio 5/6 estrellas, una plantilla potente y sin fisuras -con algún dulce megatop- y una cantera que fabrique y provea de verdad. Mi cuerda locura y yo…

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