A una semana de concluir la primera convocatoria
para la entrega de ofertas vinculantes, el menos común de los sentidos se
impone en la guerra intestina de fuego cruzado, que a punto ha estado de sellar
la salida del túnel, de desechar la más valiosa de las oportunidades para
renacer económica, social y deportivamente.
El abigarrado tomo de episodios velados, con
páginas arrancadas, tinta difuminada y renglones torcidos, es una provocación
para el accionista/abonado/simpatizante medio, que se ve envuelto en mitad de
una nebulosa de información parcial, deformación de la misma, intereses
particulares, desinformación, adoctrinamiento recalcitrante y filtraciones
varias. No logra dilucidar las intenciones reales de las partes implicadas en
el acontecimiento más importante en la historia reciente del Valencia CF. Y
eso, claro, tiene como resultado el más absoluto recelo y rechazo a aquellos
que persisten en no exhibir su DNI a la sociedad valencianista, como si
escondieran algo. Es la reacción congruente, la más natural del mundo. Lo contrario
levantaría sospechas.
Pero, a la vez, se atropella el beneficio de la
duda, pasando aquellos al difícil rol de ‘culpable hasta que se demuestre lo
contrario’. Tampoco me parece objetivo señalar porque sí, si bien muchas de esas
acusaciones -en realidad sin fundamentos de peso ni tangibles- están motivadas
por un rodillo mediático que se encarga del enjuague mental de sus clientes, cual
agorero apocalíptico. Esgrimidores de la parcialidad, proselitismo de barra de
bar.
Sin embargo, al que sale al estrado, al que da
la cara, al que se moja públicamente, se le otorga presunción de veracidad, sus
palabras son dogmas de fe, inquebrantable e impecable oratoria mediante. Y se
le concede porque es lo que exactamente el pueblo defensor quiere escuchar, es
su brazo extensible, su sindicato encarnado en actor facultativo. Al margen de
las formas elegidas y contundencia aplicada -en este caso, el fin ha
justificado los medios-, hay que reconocer que ha dado resultado, se ha
enderezado -no sin unos tiras y aflojas de órdago- el camino para alcanzar la
mejor meta valencianista, obligando a Bankia a prescindir de unas condiciones
de selección leoninas y desproporcionadas, aunque no por ello era indefectible
la llegada de ese bluf rescoldado en nuestra memoria y nos la tenían que clavar
-sin el visto bueno de Fundación y Generalitat no podía consumarse la venta en
ese primer proceso-.
¿Y por qué cede la parte actora más reticente?
Porque sigue salvaguardando sus compromisos firmados con los inversores que
llamaron a su puerta, porque resta puntos al único integrante de la partida del
que desconfía, porque, tal como queda configurado el (esperemos) último puerto
de montaña, no ve peligrar sus intereses -la menor quita posible- y porque, a
día de hoy, es conocedora que tiene en cartera la mejor propuesta global; para
ellos, para el Valencia y para la Generalitat.
El dichoso maná.
Excepto nueva interferencia, estamos citados al
entierro de la embargadora refinanciación y al nacimiento de un estatus nunca
conocido por la entidad nonagenaria. Con el tiempo, este rocambolesco y
afligido galimatías será recordado por todos los valencianistas como una
molesta pesadilla, despiertos ante un horizonte alguna vez manifestado en sueños,
en el trasvase quimera-sustantividad.
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