Hartazgo máximo. Mente entumecida por un proceso inenarrable que está sacando lo peor de nuestras entrañas, ese subconsciente camorrista que yacía latente en el sótano-C de las vergüenzas de todo ser humano.
240 días han pasado ya, rellenados con un bombardeo incesante de filípicas partidistas, cruce de informaciones fabricadas, solapadas e intencionales, que denotaban el parcialismo mediático que reina en toda batalla de poder. Tal ha sido el nivel de tesón y tensión empleados que han convertido el patio social en terreno impracticable, en un campo de minas de principios del siglo pasado, prevaleciendo la triste disyuntiva 'estás conmigo o contra mí', el blanco o negro, desechando directamente o recelando de la escala de grises de la paleta opinadora. Como si alguno de ellos poseyera el cetro de la verdad absoluta. No razonan, pontifican. No dudan, sentencian. No debaten, censuran. No preguntan, etiquetan. Y a veces, no responden, insultan. Insoportable para los coherentes disidentes de corrientes instauradas a martillo y cincel, siendo pasto del dedo acusador, cual Santa Inquisición.
Se ha propagado tanto la afinidad (que ya desarrollé aquí) de los aficionados con cierto entorno mediático, que la mímesis de su jerigonza es el pan de cada día, expresándose a través de un alfabeto exclusivo y paralelo al ordinario, como cautivos metidos en cintura. Se recitan las mismas palabras, razonamientos y delaciones de aquellos a los que consideran distinguidos, en una anacrónica liturgia del esnobismo más recalcitrante.
La prensa -voceros incluidos- ha coadyuvado con su tono, con su léxico, con su virulencia teledirigida, en definitiva con sus artes comunicativas, a establecer una atmósfera creciente de enfrentamiento áspero e iracundo de no retorno, donde el mentidero valencianista -que debiera ser un foro de intercambio cívico de pareceres dispares- ha virado a coso romano de gladiadores ataviados con la misma casaca. Antropofagia che. El valencianismo como tal está siendo la víctima civil de esta puta guerra de intereses, incentivando la subdivisión en facciones de no sé qué abanderamientos, cursando un proselitismo de bajos fondos, fragmentando la que siempre ha de ser la mayor fuerza de una entidad deportiva, su afición. Y lo hacen a sabiendas del efecto que producen, convencidos de ser primorosos informadores y que su modus operandi no defeca en la deontología profesional que avala la dignidad de su oficio. Se ha traspasado la línea de buenas prácticas, es el 'vale tudo' de egos periodísticos, el querer acaparar el clamor popular, el sumar satélites a destajo, el "yo la tengo más larga", como si ellos fueran los actores principales y no las noticias de las que se sustentan. «Cuando el informador se cree más importante que la información que da, deja de ser un buen informador para convertirse en un ambicioso comunicador». Afán de protagonismo, que si no se diagnostica y medica a tiempo, suele acabar engullendo al profesional.
Hemos sido testigos de infames piques y rencillas personales públicamente -hacerlo en cualquier red social o programa de radio/TV lo es-, cuando ello corresponde hacerlo en la trastienda, como hombre que se viste por los pies, y no dominados por un comportamiento infantiloide, a mi parecer. Es parte de la inmundicia que hemos tenido que soportar, el basureo del gremio. Gritos, descalificaciones, directas malsonantes, indirectas malignas entre corrillos de cobardes jijí-jajá, lo que viene siendo una conducta arrabalera de dudosa moralidad. Si bien, ésta parecer ser que gusta y cala en parte de esa minoría estrepitosa, codiciosa de carnaza de esta calaña. Para mí, es el reflejo de los principios que tallan a una persona y la dermis de sus ideales.
Allá cada uno con su estilo, pero que sepan que no son paradigma de lecciones morales, y podrían mirarse al ombligo de uvas a peras en lugar de posar para la cámara que saca el primer plano. Una vez se consume la venta del Valencia -que se alcanzará en los despachos, y no en la calle, pese al humo campeador-, es altamente aconsejable una introspección profunda y visita al taller para subsanar las averías de su código axiológico, que está a punto de gripar su imagen. Si es algo que figura o quieren injerir en su escala de valores, claro. Suerte.
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