(Foto: http://noticiesdeturis.blogspot.com.es/)
Mejor filme nacional
del año 2012, según las aplastantes cifras.
Dicen aquellos que
entienden, de lo poco fiable en este intrincado entorno, que haber hay fieles y
reconocidos valencianistas -no impostores- con capacidad y liderazgo suficiente
para tomar las riendas de este Valencia y gobernarlo de otra manera, con otras
intenciones y bajo otra “democracia”, quizá sesgando una cuota de los asépticos
tecnócratas que están dirimiendo el sentimiento del valencianismo más purista.
El término acuñado
como “Llorenticracia”, esa apisonadora que inexorablemente destruye cada
porción de sueños y perpetra un desfalco a la ilusión del aficionado de a pie, y
camuflada por el manto de los guarismos económicos, actúa sobre la peana de un
plan de viabilidad insostenible, cuyos recursos -venta de los mejores
jugadores, etiquetados como activos y usados como mercancía- son una fuente agotable,
veleidosa y al amparo de una irresponsable contingencia, lo que podemos denominar
una estrategia etérea y con fecha de caducidad.
El desconcertante
panorama actual, manipulado como salvoconducto para justificar todos y cada uno
de los movimientos dados por el mandamás del Valencia CF -el esbirro testaferro
del innombrable banco-, fue el caldo de cultivo idóneo para poner en marcha la
maquinaria y poder llevar a cabo la estratagema de la cúpula valencianista, en
connivencia con la plana mayor de la Comunitat y coadyuvados por distintos
organismos y entes, diseñando y cristalizando una verdadera obra de ingeniería
hasta engendrar este monstruo con tinte tiránico, la patente de corso
“llorentinista”, lo imposible.
La ‘Fundación VCF’,
ese aparato aparatoso bautizado como entidad independiente con fines socio-culturales
-demostrado sofisma-, es la herramienta sacada de un sombrero para esgrimir un totalitarismo
absolutista, la llave maestra que permite y habilita la autodeterminación más
recalcitrante de un colectivo dirigente hermético y de espaldas a una gran parte
del valencianismo, que continuará impenitentemente al frente del club del Turia,
porque ha patentado la fórmula alegal de subsistencia perpetua. Unos gurús.
La Junta General de
Accionistas de ayer -que tildé de Tunda General de Ilusionistas-, ya resuelta
el pasado martes, fue una pantomima de infame prestigio, cuyo leitmotiv estuvo
protagonizado por un cruce de rencillas, ajustes de cuentas y piques personales
bajo un clima soez y bochornoso, descolló la desfachatez en la platea de La
Pechina. Espectáculo dantesco, grotesco, kafkiano. No merece mayor escaparate.
Lo triste de este
desaguisado es que, como sucede con la célebre película de J. A. Bayonas, te provoca
una honda aflicción, pero el final, infaustamente, lo conocemos todos de
antemano. Lo que se traduce en un desencanto instaurado en la parroquia che.
Lo imposible de
conseguir, lo imposible de evitar, lo imposible de soñar.
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