Nuno, de efigie romana, visaje templado y oratoria precisa, es de
esos tipos que transmite buena onda en cada pisada. A veces cortocircuita nuestro mecanismo sensorial inmediato, para deleitarnos después con el poso de su mensaje. Nada es casualidad. Todo es
causalidad en él.
Neurocirujano del sentimiento despojado, a golpe de palabras y gestos
urbanos escampa barreras arquitectónicas que amurallaban a seres divinos
venidos de otra galaxia. Humaniza a los intocables del balón, un don
extravagante en el fútbol de hoy, acelerado y cortoplacista, donde se traspapelan aspectos inmateriales. Abanderado del decoro sincero -esos modales, monicaco-, no se deja impregnar del clima eufórico en ningún momento para caer en lisonjas tribuneras,
respetando a los rivales con suma entereza, sorteando polémicas artificiadas, circunscribiendo horizontes tangibles y sin desviarse de su peregrina senda para
encaminar a los suyos hacia la nobleza que destila.
Son los principios que guían al santotomense de
piel tostada, los valores que ha mamado y que, en esta oportunidad onírica,
profesa a cada renglón dictado. Hombre de principios, persona con esencia. Salga
bien o mal el "experimento" en el plano deportivo -que a la postre es la
asignatura a calificar-, al equipo lo dirige un señor, de los pies a la cabeza. Y
no huelga decirlo.
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