El Dépor puso nombre a la
derrota, la que algún día debía llamar a la puerta, con tal contundencia que
proyectó una sombra más larga de lo esperado. Fallaron el planteamiento base del
técnico y los jugadores en su ejecución, y ahora es cuando el primero, estrangulada
la inercia positiva que acicalaba aristas grises, se enfrenta a la incumbencia de
revertir un traspiés que, sin ser alarmistas, ha enhestado dudas latentes sobre
el rendimiento de ciertos jugadores y el cometido de algún otro.
A Nuno, reflexivo y autocrítico
en la rueda de prensa postpartido, se le aguarda expectante -algunos con la recortada a
cuestas- ante situaciones adversas para medir su capacidad de reacción, para
que nos enseñe qué esconde en esa trastienda, cerrada a cal y canto hasta la fecha.
A contracorriente suele aflorar el gen que dista el buen entrenador del gran
entrenador, y pone en liza dotes resolutivas de cosecha propia que regulan el paso, cual cardias, hacia la élite entrenadorística.
Aparte de los cambios que cada uno tenemos en mente e introduciríamos en la alineación del próximo sábado, prevalece la "cara" que presenten los jugadores en el campo, para ir descartando sintomatologías indeseadas de un pasado reciente. Por último, y como mera curiosidad -de momento pasajera-, impactó esta aseveración de Nuno, sin necesidad alguna, no sé si por autoexigencia subconsciente o apagafuegos viral: "Un
equipo que quiere jugar Champions no puede perder dos partidos seguidos. Y eso
no ocurrirá, te lo aseguro". Querido míster, ese ramalazo promisor en público, tan djukista, no sirve para nada -bueno sí, para comprometer su palabra gratuitamente-, además de desentonar con la compostura que nos tenía acostumbrados y que tan bien vertebraba su lúcido mensaje. Se cumpla o no, Nuno, le toca.
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