24 de octubre de 2014, fecha marcada en
naranja en el calendario che, suceso que ha pasado a los anales de la historia
del Valencia CF: la firma de la victoria. Y de la derrota.
El triunfo ante los que se retiraron a
tiempo, los que pretendían descuartizarlo con dolo, los que se rindieron por el
camino, el del maletín poco fiduciario, el que no puso toda la carne en el
asador, el estafador con una corte que le allanó el camino, y el mesías que
nunca tomó tierra. Y el fracaso al traspasar un club histórico a alguien que
jamás ha sentido lo mismo que tú y que yo, abocados por ineptos gestores, intrusión
política y dejación de la burguesía del terreno a la oportunidad que paseó por sus
morros. Ya no vale patalear ni malquistar arbitrariamente al personal. Ya está demodé.
Acabó la pesadilla de un proceso de
pacotilla, despertamos mojados ante un escenario diferente, novedoso, emborrachados
por la ilusión del niño que avista el envoltorio de un regalo inesperado, la esperanza de un futuro mejor para una entidad manoseada, sin abandonar la incertidumbre de lo desconocido que está por llegar. Peter puso fin. Y para nosotros, el saque de honor en el partido del esperado renacer.
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